LEYENDAS | Origen guarany de la yerba mate

 Ka'a juega en la planicie. Corre detrás de los pétalos que navegan en la brisa. Los largos y renegridos cabellos, mantos que desteje el viento. Detiene el andar, retoma el camino al arroyo y en él busca los multicolores peces. Los pies mete en el agua cálida y a su caricia quieta se queda. Luego, con los finos dedos las blancas arenas del fondo revuelve. Las mariposas revolotean desplegando espléndidos abanicos a rayas y lunares. Ka'a mira en el límpido arroyo como se reflejan los oblicuos y brillantes ojos, los pómulos pronunciados y la carnosa boca en forma de corazón.



En el horizonte se recortan las siluetas de un grupo de hombres. La bella niña observa el contingente cuya clara visión se interrumpe por las vallas de árboles del otro lado del arroyo. El que dirige la expedición tiene magia en los ojos, y aunque no la vio, ella le ha dado un rinconcito en su alma. Llegada la noche al poblado, y la niña acostada en la aldea, sólo tiene pensamientos para el indio forastero. El altivo, el más alto, el que iba delante buscando algo imposible de hallar a juzgar por el comportamiento de los otros.

Por la mañana, tal cual brincan las nubes en el cielo, el corazón de Ka'a pega saltos; el hombre con que ha soñado la noche entera está allí.
¿Pueden verlo? ¡Con qué porte el soberbio hombre cuenta al padre de la niña lo que busca! Quiere llevar al templo de Mbaeveraguasu la más bella ofrenda, y la riqueza de metales y piedras preciosas de la zona es famosa. Como avare mbya debe obtener el presente.

Ka'a bajó las pestañas. ¡Un sacerdote! ¡Mbya! ¡Oh, qué mala suerte! Los mbya se creen insuperables, y no se casan con integrantes de otras tribus. ¡Ni pensar un avare!
Ka'a dejó que el forastero se fuera y dirigió sus pasos a los alrededores para ver si podía encontrarse con él y reflejarse en el arroyo negro que sus ojos derramaban.

Y lo encontró. Pero él jamás reparó en ella. Una noche hirviente plena de fragancias embriagantes, Ka'a siente que el agua la llama y le asegura que esa noche, verá al avare.
¡Allí está! Ka'a danza para él. El hombre la mira y siente el deseo adueñándose de su débil carne. El alma, fuerte y no dispuesta a ceder terreno se le mete en las manos. Y, allí, empuña el hacha de piedra...
La joven va a abrazarlo, con amor le mira. Él devuelve el amor en la mirada. Todo se lo devuelve.

El hacha el sacerdote dos manos se elevan y ¡de un corte la cabeza de Ka'a es arrancada del cuerpo! De un solo tajo el avare ha matado la más bella niña que alguna vez mojó los pies en el agua del arroyo cercano. De un solo tajo se inundaron de sangre las rocas del monte.
El avare continúa. Ni siquiera mira hacia atrás donde dio muerte al amor y a la pasión.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que los de la tribu encontraron a Ka'a henchida de muerte? ¿Cuánto?
Años... Años...supone el viejo sacerdote mbya que llega a la aldea, con la espalda doblada y el vestido desteñido. Es el mismo hombre que una vez mató al amor en la misma roca junto al arroyo donde ahora se sienta a aliviar el cansancio. Hace demasiado calor...

Mira hacia sus pies. Extrañas raíces envuelven la roca y se hacen tronco y se hacen hojas que la sombra, están dándole... Llamado por el exquisito perfume toma unas hojas y las mastica lentamente. ¡Ah, con qué placer el viejo avare saborea la pasión que se arrebató a sí mismo en medio de su soberbia juventud! Las hojas tienen el encanto, el olor de la piel de aquella bellísima jovencita; los tallos son copia fiel del minúsculo talle elegante; las raíces son dos pies que revolvían las arenas del arroyo...

Va a morir y debe hacerlo donde murió antes. Ese arbusto desconocido que llamarán yerba mate le acompañará porque es Ka'a que está esperándolo para vivir su pasión. Y el sacerdote acaba de iniciar la última comunión, embriagado en la placidez que ofrece el último gran descanso.