EFEMERIDE | Eduardo Galeano: Los hijos de los días

 Octubre

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Hombre porfiado

Poco valía, en Colombia, la vida de un hombre. La de un campesino, casi nada. Nada valía la vida de un indio; y la vida de un indio rebelde, menos que nada.

Sin embargo, inexplicablemente, Quintín Lame murió de viejo, en 1967. Había nacido en este día de 1880, y había vivido sus muchos años preso o peleando.

En el Tolima, uno de los escenarios de sus malandanzas, fue encarcelado ciento ocho veces.

En las fotos policiales aparecía siempre con los ojos en compota, por los saludos de entrada, y la cabeza rapada, para quitarle fuerza.

Los dueños de la tierra temblaban al escuchar su nombre, y está visto que también la muerte le tenía terror. Hombre de hablar suavecito y gestos delicados, Quintín caminaba Colombia alzando a los pueblos indios:

—Nosotros no hemos venido, como puercos sin horqueta, a meternos en sembrado ajeno. Esta tierra es nuestra tierra —decía Quintín, y sus arengas eran clases de historia. Él contaba el pasado de aquel presente, el porqué y el cuándo de tanta desdicha: desde el antes, se podía ir inventando otro después.