La sociedad está atravesada por la indignación y el miedo: casi todos conocen o tienen referencias sobre algunos de los rugbiers. Las quejas por la violencia cotidiana.
Las tensiones
están en el aire de una sociedad atravesada por la indignación y el miedo hacia
los rugbiers o “los hijos del poder”, como los califican. “Zárate, ciudad de
guapos”. La pintada se leía como una provocación luego del brutal asesinato a
Fernando Báez Sosa, aunque fue escrita para celebrar que esta ciudad, situada
sobre la ribera del río Paraná, fue declarada “la capital provincial del
tango”. La frase no está más. Ahora hay un enorme mural con las figuras de
Lionel Messi y Diego Armando Maradona. Extirpar a los “guapos” de la pared es
un intento de exorcizar la molestia que genera ser la tierra donde nacieron,
crecieron y se educaron los imputados por el crimen: Máximo Thomsen (23), Enzo
Comelli (22), Matías Benicelli (23), Blas Cinalli (21), Ayrton Viollaz (23) y
los Pertossi: Luciano (21), Ciro (22) y Lucas (23). Algunos dan la cara y
hablan. Otros piden permanecer en el anonimato, especialmente por temor a la
familia Pertossi, “toda gente conflictiva”, y porque “acá nos conocemos todos”.
"Son ellos o nosotros", resume una mujer el sentir de la ciudad.
“La desgracia es
la pérdida de una vida”
En la plaza
Mitre no quedan huellas de la gran marcha que se realizó el pasado miércoles 18
de enero, a tres años del crimen. Más de 700 personas reclamaron justicia por
Fernando Báez Sosa, asesinado a golpes en la puerta del boliche Le Brique en
Villa Gesell. José Luis Hans tiene 45 años y camina con su carrito juntando
cartones por Belgrano, una de las calles que rodea la plaza. “Ellos siempre
andaban con autos importados. Una vuelta me bardearon, una sola vez, y yo los
observé y los esperé, pero eso pasó porque estaban drogados. El que me bardeó
es uno de los que le pegó al pibe (por Fernando Báez Sosa)”. ¿Máximo Thomsen?,
pregunta esta cronista. “Ese mismo; es el más picantito de todos, el que manda
a los otros --responde--. Siempre le pido a Dios que no salgan más de la
cárcel; porque tienen plata quieren pasarse el mundo por arriba y acá estoy
cansado porque a mí me pasaron por arriba gente que tiene plata”. José Luis,
que trabaja con el carrito hace siete años, sale a las siete de la mañana desde
su casa del barrio Reysol para juntar la mayor cantidad de cartones en el
camino. “Laburé en la isla, hice el monte, fui albañil, hice de todo”, resume
con una sonrisa pícara “el viejo rezongón”, según cuenta que le dicen porque
vive renegando.
Diego, el dueño
del Plaza Café, en la esquina de Belgrano y Justa Lima, habla detrás de la
barra, mientras prepara un café con leche para uno de los clientes. “Se puso el
foco en Zárate y en los rugbiers cuando no todos son rugbiers; están metiendo a
todos en una misma bolsa equivocadamente --matiza Diego--. La verdad que la
ciudad lo vive con tristeza no sólo por los pibes, sino por lo que le pasó a
Fernando también; la desgracia es la pérdida de una vida”. Para Diego las
peleas a las salidas de los boliches son algo “cotidiano”, no sólo en Zárate.
“Si bien ya pasé la etapa de la noche, he vivido un montón de situaciones de
peleas. Gracias a Dios nunca pasó una tragedia. No es nada del otro mundo las
peleas de la noche; es algo habitual”, insiste el dueño del café que está
frente a la plaza Mitre.
--¿Matar en una
pelea también es habitual?
--No, para nada.
Esa es la desgracia que le pasó a Fernando. Todo lo otro la justicia lo irá
arreglando.
Aunque Diego no
tiene “afinidad” con la familia de los rugbiers confiesa que son “conocidos” y
“muy buena gente” y aclara que hay una diferencia generacional muy grande con
los “chicos” (así llama a los imputados) porque él tiene 52 años y jugó al
básquet. “Soy más de la edad de alguno de los padres de los chicos”, precisa y
continúa despachando café, tostados y jugos.
“Ojalá que les
den perpetua”
Dalila es una
joven de 18 años que prefiere que su apellido no salga publicado ni en qué
barrio vive. “Siento mucha bronca, ¿cómo puede haber gente tan mala? No tienen
vergüenza; les chupa un huevo todo, pueden matar una persona y es normal para
ellos. Casi todas mis amigas publican en Instagram que se haga justicia por
Fernando”. Aunque Dalila no suele ir a bailar a los boliches del lugar, sabe
que “hay pibas que las han agarrado a palos” en la calle.
Sheila González,
que tiene 18 años y trabaja como promotora, no pudo estar en la marcha que se
realizó el día en que se cumplieron tres años del asesinato porque estaba
trabajando. “Los rugbiers hacían desastres acá. En el boliche Zeta, uno de
ellos estaba discutiendo con una piba y le pegó y un chico saltó a defender a
la chica. Todos sabemos que eran muy problemáticos. En los boliches hay mucha
violencia; se cagan a botellazos y a la salida se pegan. Una vez, en Zeta,
empezaron a los botellazos y casi me pegan a mí en la cabeza. No hay control de
nada; tendrían que tener más cuidado”. Juliana Torres (29 años), compañera de
trabajo de Sheila, advierte que el problema se genera adentro de los boliches.
“Cuando los sacan afuera, se sacan el problema de encima: ‘listo, arréglense
ustedes’. Los boliches se lavan las manos. Los rugbiers eran muy violentos.
Como las familias de ellos están económicamente bastante bien, la mayoría se
calla la boca y no dice nada por miedo a que les pase algo o que les hagan
algo”.
Las dos
promotoras coinciden: “Ojalá que les den perpetua”. Juliana asegura que cada
vez que Zárate “sale en la tele” es por algo malo. Y menciona un caso reciente
durante el último mundial: un muerto como consecuencia de los destrozos a la
heladería la Real, ubicada en pleno centro de la ciudad, después de la
definición por penales entre Argentina y Países Bajos, el viernes 9 de
diciembre. El dueño de la heladería, Miguel Ventura, murió de un infarto luego
de intentar que los violentos descendieran de la costosa cartelería ubicada en
la marquesina del local. Sheila y Juliana están sentadas en uno de los bancos
de la plaza Mitre, cerca de un cartel que recuerda a Rocío Abigail Juárez, una
joven de 22 años que fue asesinada de un tiro en la cabeza y parcialmente
quemada por los hermanos Pablo y Matías Escobar el 4 de junio de 2013. Los
hermanos Escobar fueron condenados a la pena de prisión perpetua en 2015.
Ocho albañiles
que trabajan en una obra en construcción cercana descansan acostados sobre el
pasto. Uno de ellos se queja porque los Pertossi “tienen mucha plata”. Otro, el
rubio-colorado del grupo, escudado en el anonimato, lanza un exabrupto: “¡Que
los condenen a la silla eléctrica!”.
Bullying a las
mujeres
“Los muchachos
(por los rugbiers) son responsables”, sentencia Eduardo Molina, uruguayo que
vive y trabaja en Zárate como parquista en la costanera. En el barrio Villa
Massoni, Brisa (22 años) repite una y otra vez que fue “horrible” lo que le
hicieron a Fernando. “En mi casa, cuando vimos la noticia, nos largamos a
llorar todos. Espero que les den la condena que se merecen y que se haga
justicia. Lo único que le puedo decir a los jueces y a los gobernantes es que
no apoyen a esos chicos porque no se lo merecen”. La cara de una joven que trabaja
en un local comercial se transforma cuando se menciona a los imputados. Ella
estudió en la Escuela Nacional de Zárate, un colegio público donde cursó Lucas
Pertossi. No fue su compañera de aula porque es un año menor. “Era malo; a mi
mejor amiga le decía cosas horribles, comentarios sobre su cuerpo. Los más
violentos son los Pertossi, siempre hacían mucho bullying a las mujeres”,
revela con una bronca que deviene amargura por lo que sufrió su mejor amiga.
Mientras atiende repasa el momento en que se enteró del asesinato. “Me
sorprendí porque no pensé que iban a llegar tan lejos, pero cuando vi quiénes
eran no me extrañó”.
Un joven decide
hablar. No quiere que aparezca la edad, de qué trabaja, nada que pueda
identificarlo. Reconoce que tiene mucho miedo. Muestra lo que escribió en
Instagram Alejo Milanesi, primo de los hermanos Ciro y Luciano Pertossi, con
quienes jugaba al rugby junto a Blas Cinalli en el Club Naútico Arsenal de
Zárate. Milanesi estuvo más de viente días preso antes de ser sobreseído en la
causa, junto a Juan Pedro Guarino, ya que no se pudo comprobar su participación
en el asesinato. “Desde el primer momento estuve a disposición para contar lo
que viví y ayudar en la causa. Por temas ajenos a mi voluntad, desistieron a mi
testimonio. Gracias a mi familia y amigos por acompañarme, fueron años
difíciles para mí. Lamento mucho todo lo que pasó. Deseo que todo esto termine
como debe ser, con respeto a las familias y JUSTICIA”, posteó Milanesi el lunes
16 de enero, el día en que se presentó ante el Tribunal Oral en lo Criminal
(TOC) Nº 1 de Dolores. No declaró porque, a pesar de haber sido citado como
testigo, la defensa y la querella desistieron de su testimonio.
La conflictiva
familia Pertossi
“Todos los
rugbiers siguen en contacto con su círculo de Zárate a través de Instagram y
Facebook. Todos --subraya el joven--. Sus amigas nunca dejaron de interactuar
en sus publicaciones. Se habla mucho de que hay una expectativa de baja
condena. Pese a que hay muchas pruebas, se sabe que todo el equipo de (Hugo)
Tomei está haciendo lo imposible para lograr condenas menores”. El joven
sugiere que Tomás Colazo sería quien financia a Tomei, el abogado defensor de
los imputados. “Nunca se habló de Colazo, su nombre apareció en muy pocas
notas; es el chico que sale de negro en uno de los videos, el que fue
confundido con Luciano Pertossi”, explica el joven sobre Colazo, apodado
“Pipo”, que nunca jugó al rugby pero era amigo de los ocho imputados y estaba
en Villa Gesell cuando sus amigos asesinaron a patadas a Fernando. “No fue
detenido en ese momento porque era menor de edad (17 años) y no había pruebas
de que haya estado en el boliche”.
El miedo a
hablar sobre los imputados se percibe en la forma de mirar, como si estuviera
huyendo de un peligro inminente. “La familia Pertossi es muy numerosa y toda
gente conflictiva --los define--. Pese a todo lo que pasó, el hermano menor,
Ramiro Pertossi, tuvo denuncias por robos y tenencias de armas de fuego después
del asesinato de Fernando, es decir que el accionar en la familia no cambió en
nada. Esta gente tiene en su naturaleza la violencia”.
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