William M, de 69 años, salió a la calle en vísperas de Nochebuena con la única intención de matar extranjeros. El jubilado ferroviario fue hasta la sede del centro cultural Ahmet-Kaya, donde abrió fuego y mató a tres personas. Tenía antecedentes de violencia.
Desde París
El racismo mató
en París. El verdadero racismo y no el que varios miembros del gobierno francés
atribuyeron a la Argentina luego de la Copa del Mundo de Qatar. Tres miembros
de la comunidad kurda fueron asesinados el viernes 23 de diciembre en el
distrito 10 de la capital francesa por un individuo de 69 años que ya tenía
antecedentes de ataques similares y que confesó su “odio a los extranjeros que
se volvió completamente patológico”.
William M, de 69
años, salió a la calle con la única intención de matar extranjeros. Según contó
él mismo a las autoridades, el viernes fue hasta la localidad de Saint-Denis,
en las afueras de París, para matar “extranjeros no europeos”. Renunció porque
su “ropa no le permitía recargar su arma”, una pistola automática Colt 45
calibre 11.43. Por ello fue hasta el distrito 10 de la capital francesa y a la
calle de Enghien, donde él “sabía” que estaba la sede del centro cultural kurdo
Ahmet-Kaya, delante del cual abrió fuego. Las víctimas son Emine Kara,
responsable del Movimiento de Mujeres kurdas en Francia, el artista y refugiado
político Mir Perwer y Abdulrahman Kizil, quien frecuentaba asiduamente el
centro cultural Ahmet-Kaya.
Emine Kara era
muy conocida en la comunidad kurda de Francia. Había trabajado en los barrios
kurdos de Siria, Turquía, Irán e Irak y combatido con armas en la mano al
Estado Islámico durante los combates que condujeron a la caída de la ciudad de
Rakka.
El relato del
asesino es enfermizo y escalofriante. William M dijo que luego de haber sufrido
un asalto en 2016 su racismo se volvió obsesivo contra “todos los migrantes”. Y
si esta vez eligió a los kurdos de la Rue Enghien porque “cuando ellos
combatían al Estado Islámico en vez de matarlos los tenían prisioneros”. El
proyecto que llevó a cabo el viernes estaba tanto más meditado cuanto que el
hombre lamentó no haber tenido tiempo de “suicidarse” porque siempre se dijo
que si algún día se suicidaba se “llevaría a los enemigos a la tumba”. Por
“enemigos”, precisó, se refería a “todos los extranjeros no europeos”.
Si William M no
asesinó a más personas a mansalva es porque la gente de una peluquería vecina
lo impidió. Luego, fue rápidamente detenido por la policía y, por la noche, lo
llevaron a la enfermería de la Prefectura de París debido a su estado de salud.
Las autoridades lo describen como “depresivo” y “suicida” sin que ambos
calificativos lo alejen de los tribunales. En el allanamiento que se llevó a
cabo en la casa de sus padres, donde vivía, ”no se encontró material
extremista”, es decir, documentos que lo liguen con una u otra organización
política de extrema derecha. Tampoco le hacía mucha falta. El clima de racismo,
despecho y agresiones retóricas (en los medios) hacia los extranjeros no
europeos constituye desde ya un buen material de adiestramiento político.
Resulta
llamativo que un individuo con semejante prontuario estuviera libre de sus
movimientos. William M fue condenado en 2017 a seis meses de cárcel en suspenso
por llevar armas prohibidas, en junio de 2022 fue condenado a un año de cárcel
por “violencia con armas” cometida en 2016 contra las personas que intentaron
robarle. En diciembre de 2021 fue inculpado por “violencias con armas” con
“premeditación y de carácter racista”. Estaba bajo sospecha de haber herido con
armas blancas (un sable) a varios migrantes en uno de los números campamentos
de extranjeros que hay en París. William M fue con un sable a un centro de
migrantes del distrito 12 de París e hirió a varias personas. El hombre pasó un
año en la cárcel –arresto provisorio—y fue liberado el pasado 12 de diciembre.
Once días más tarde sembró el horror en el seno de una comunidad kurda muy
afectada por otro asesinato en París (esta vez político) contra miembros del
PKK, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán. En diciembre de 2013, en el
mismo barrio parisino, tres militantes del PKK fueron ultimados por miembros de
los servicios secretos turcos, el MIT.
Los kurdos
organizaron el sábado 24 de diciembre una manifestación en la Plaza de la
República de París para denunciar este triple asesinato. La manifestación
terminó por la tarde con violentos disturbios entre los kurdos y las fuerzas
del orden. Las autoridades turcas, enemigas acérrimas de los kurdos, publicaron
imágenes de los enfrenamientos en París como una forma de denunciar el respaldo
que la comunidad internacional le brinda a los kurdos en el seno de la
coalición militar internacional que combatió y combate contra el Estado
Islámico.
La tragedia de
la Rue Enghien hubiese podido ser mucho peor si el asesino no habría sido
desarmado por la gente que se encontraba en la peluquería contigua al centro
cultural kurdo. William M llevaba con él dos valijas con “cargadores llenos de
balas” y una caja con 25 balas calibre 45. William M, que no figura en los
archivos policiales como militante de la ultraderecha, es un conductor de tren
jubilado a quien el clima racial y un incidente personal convirtieron en un
voraz asesino de extranjeros. Su padre (90 años) contó que cuando William M
salió de su casa para cometer sus crímenes “no dijo nada. Está loco”.
Tal vez William
M sea o se lo presente como un loco, pero su acto se produce en momentos en que
la ultraderecha no sólo está muy fuerte políticamente, sino, también, cuando
esa fuerza política parece actuar como una garantía de impunidad para sus
miembros. El pasado miércoles 14, luego de la semifinal del Mundial Qatar 2022
que disputaron Francia y Marruecos, grupos de ultraderechas cometieron
atentados racistas a lo largo y a lo ancho del país. París, Lyon, Niza o
Montpellier vieron a bandas de ultraderechistas, a veces armados, atacar a los
hinchas marroquíes. Los agresiones fueron la expresión final de la propaganda
racista y violenta de lideres de extrema derecha como Eric Zemmour o Jordan
Bardella difundida por los medios. Allí está el racismo auténtico, el que, en
cualquier momento, sirve de inspiración asesina. La violencia xenófoba retórica
está muy de moda como si, con la más absoluta impunidad, se pudiera decir
cualquier barbaridad sin la más lejana mediación de los poderes políticos. Los
discursos del odio ya no se combaten. Son, más bien, los más asiduos invitados
de los medios de comunicación.
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