La presión financiera, un mercado chico que gravita mucho. Respuestas de Massa para parar la corrida, con el FMI o sinmigo. Un intento de paz económica por noventa días. Los poderes fácticos locales, con mala onda. Sus razones, sinrazones y atavismos. La cuenta regresiva hasta las elecciones, desafíos para el oficialismo.
Un mercado
pequeño, movido por un puñado de billetes, captura la atención política. El
dólar blue trepa, la economía tiembla. Las corridas financieras provocadas por
“tres o cuatro vivos” (¿son solo tres o cuatro? ¿merecen, apenas, el mote de
“vivos”?) jaquean a este gobierno. No es su primera vez ni es una experiencia
inédita en la era kirchnerista. Los rumores circulan a velocidad parecida a los
verdes “con carita grande”: ultrarrápido. Pavotes engolados bartolean chismes
sobre entregas anticipadas del poder, asambleas legislativas. Las fuentes son
anónimas… “altas” se subraya. La información dudosa. God save the off the
record.
La corrida
anterior sucedió hace menos de un año tras la renuncia del entonces ministro
Martín Guzmán. Sergio Massa llegó como salvador, ocupó amplios espacios en el
Gabinete, con el Ministerio de Economía como epicentro. Vitalizó a un Ejecutivo
insulso o indolente, impuso hiperquinesis, personalidad, personalismo. Se
erigió en término de referencia. Consiguió durante meses el milagro de convivir
armoniosamente con el presidente Alberto Fernández y con la vicepresidenta
Cristina Fernández de Kirchner. Se erigió como el máximo común denominador para
las elecciones. El Plan B para el albertismo (que en aquel entonces existía un
cachito) y para el kirchnerismo. El Plan A para el ministro que lo niega pour
la gallerie y lo confirma ante quien quiera oírlo.
Entre la semana
anterior y ésta la Argentina, el oficialismo y Massa mismo fueron atacados por
otra corrida, con la secuela de operaciones, movidas desestabilizadoras. Entre
las más fuleras, la denunciada por Sergio Chodos, representante argentino ante
el Fondo Monetario Internacional (FMI). Chodos hizo públicas presiones de tres
ex funcionarios del gobierno de Mauricio Macri. Los identificó en Twitter de
modo preciso o hasta elegante sin mentar sus nombres. Alfonso Prat Gay, Guido
Sandleris, Hernán Lacunza. Presionaron al FMI para que les bajara el pulgar a
las demandas del gobierno argentino. Los concernidos negaron con escaso entusiasmo,
poca gracia y pésima redacción en el caso de Lacunza. Ninguna autoridad del
Fondo desmintió la especie. Periodistas especializados de los diarios Clarín y
La Nación reconocen la existencia de las conversaciones.
Simultánea y
sintomáticamente reapareció el defenestrado funcionario del FMI Alejandro
Werner, partícipe necesario en el escandaloso e ilegal acuerdo firmado durante
la gestión Macri. Werner desarrolló en varias entrevistas, on the record, los
mismos planteos que el trío de ases Prat Gay, Sandleris y Lacunza. Antiguos
aliados se re-juntan.
Rezuman
credibilidad los comentarios de Chodos, un especialista fogueado en Washington,
muy afín a Guzmán, distante de las preferencias de Massa. Nada novísimo bajo el
sol: el ex pluriministro Domingo Cavallo dinamitó los últimos meses de mandato
del presidente Alfonsín con ruindades similares.
El acuerdo para
usar los yuanes en transacciones con China alivia algo la carga sobre las
reservas en divisas. La derecha autóctona se reía en 2015 de swaps concertados
por Cristina como presidenta. Los ningunearon, casi los empardan con los
venerables patacones. Prat Gay fue uno de los chistosos. Amaneció ministro de
Macri y al poco tiempo se valió del swap para reforzar reservas. Sin
autocrítica, claro, pero dejando de hacer morisquetas
Sugerencia del
cronista, para debatir en tertulias, entre colegas, en los quinchos. Para zafar
en la contingencia preelectoral, la Argentina necesita apoyos del FMI, de
Estados Unidos, el ya mencionado de China. Y, para colmo, el de las grandes
corporaciones nacionales. Los poderes fácticos nativos son los más difíciles,
los más violentos, los más implacables, intuye sin tanta originalidad quien les
habla.
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Cohesión versus
poderes: La planificación doméstica de la gente común tiene como horizonte más
lejano el mes, en general. Mayormente, la guita no alcanza para llegar al
final. Hay que segmentar consumos, achicarse las últimas semanas, endeudarse
con la tarjeta, hacer magia artesanal.
El Estado
argentino, aquí y ahora, se maneja con plazos acuciantes, asombrosamente
breves. Massa reúne a dirigentes sindicales y de organizaciones populares. Se
compromete a reordenar los mercados en un par de días y a concertar un pacto de
precios y salarios por noventa días. El Plan Primavera y (ni hablar) la
Convertibilidad parecen programas eternos, en comparación. La urgencia, el
cortísimo plazo, dan cuenta de las necesidades, de la cuerda floja en que se
transita.
La corrida duró
algo más de una semana. Anteayer cerró la rueda con alivio transitorio. Pero la
cotización del dólar blue en un mes trepó más que el imaginable (recontra alto)
índice de precios al consumidor. Dos indicadores crueles que no merman.
Massa impuso un
parate usando reservas para intervenir en el “mercado de cambios”, la City, la
Cuevalandia o como se prefiera designarlo. El colega David Cufré valorizó ayer
la medida que contradijo exigencias previas (recientes) del FMI: “Lo que diga
el Fondo no es inamovible. Se puede modificar con fuerza política”, cita
textual. La contracara de la buena nueva es también base del interesante
artículo de Cufré: “La falta de cohesión política en la fuerza gobernante fue y
es un potente desestabilizador para la economía”. Puesto de modo simplote. Los
malos son muy malos, con frecuencia aviesos. Quienes aspiran a enfrentarlos (y
batirlos en el cuarto oscuro) se equivocan demasiado.
Las internas a
cielo abierto constituyen el nodo del problema. Otros comportamientos lo
ahondan. Puede parecer anecdótico pero es un gol en contra que en el clímax de
la corrida el Presidente se dedicara a hablar en una entrevista radial ajena al
contexto, divagando sobre gustos personales o sobre qué actorazo podría
encarnarlo en una hipotética biopic. No es serio, no suma nada.
Tras un rapto de
sensatez, la renuncia a la imposible reelección, Fernández tendría que
consagrarse a lo que prometió en el spot de despedida: la gestión full time. No
distraerse en digresiones por los medios dejando la sensación de habitar una
realidad paralela.
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Por qué no
charlamos un ratito: Una semana atrás se señaló en esta columna que un
presidente peronista sin chances para ser reelecto es una rareza, reflejo de
las carencias del gobierno en general. Las internas autodestructivas añaden un
ingrediente exótico, descriptivo. La vigencia de Massa como potencial
presidenciable con 100 por ciento de inflación, concentración de la riqueza y
dólar exorbitante subraya asimismo limitaciones del oficialismo, ausencia de
candidatos con peso y convocatoria propias, fuera de Cristina Kirchner.
Con ese cuadro,
confrontando con dos amenazas de derecha extrema, el oficialismo corre contrarreloj
para establecer un programa, definir los límites de la coalición, pactar si
habrá listas de unidad o primarias abiertas (PASO) competitivas. El tiempo es
escaso, las márgenes legales llegan a junio, el olfato del cronista husmea que
“la política” impone decisiones menos remotas.
Las alusiones a
la unidad se ponen de moda, se verbalizan y alaban una y otra vez. El
entusiasmo retórico no condice con las conductas. Abundan bastones de mariscal
aporreando cabezas de compañeros. El consejo irónico de Cristina perdería
sentido en caso contrario.
El ministro de
Obras Públicas, Gabriel Katopodis, incurre en sensatez y sentido común. Propone
que AF, CFK y Massa se reúnan, conversen, concierten algo. “Kato” es un
funcionario que funciona, conforme señalan sus numerosas contrapartes: colegas,
gobernadores e intendentes. No es disruptivo ni fatalista. Todavía se pueden
ganar las elecciones, asevera. La militancia pide señales y espera que los
dirigentes “coloquen al peronismo en segunda vuelta”, De nuevo, en cualquier
otro gobierno justicialista serían obviedades, objetivos accesibles de cajón.
Las provincias
definieron sus calendarios. Los gobernadores apuestan a ganar de local y quedar
posicionados para el cierre de listas nacionales. Revistan entre quienes piden
definiciones sin esperar a junio. Piensan en la Patria, en el Movimiento,
también en sus propias expectativas. Alberto F dio el paso al costado, se abren
resquicios para imaginar fórmulas federales o cuanto menos no metropolitanas.
La semana que viene hay votaciones en Jujuy, Misiones y La Rioja. Los
oficialismos son favoritos.
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Recalculando: El
equipo económico confía en que el Fondo que toleró el cambio de reglas sobre
las reservas, acuerde anticipar desembolsos para fondear, un cachito, las reservas.
La sequía terrible y el precedente de haberle concedido una medida similar a
Macri fundamentan los reclamos y la fe de los negociadores. En Washington nada
es accesible sin el aval de la Casa Blanca.
Recapitulando,
pues: China está cooperando y hasta el FMI (con guiño de Estados Unidos) podría
reconsiderar los términos del acuerdo. Extorsivo como todos, incumplible como
tantos.
El acuerdo de
precios y salarios define una meta modesta, en tiempo y alcance. Tres meses de
relativa paz social, cabe añadir, cuando acaba un cuatrimestre en el que las
grandes empresas formadoras de precios (alimenticias o agroexportadoras en
particular) se alzaron con ganancias fabulosas. Las explican los sobreprecios
que facturan, con niveles altos de consumo popular. La gestión Massa no ha
conseguido persuadirlos, obligarlos, jaquearlos.
Para las
megacorporaciones equivaldría a un vuelto frenar las remarcaciones por noventa
días. Contribuir a la gobernabilidad en un año electoral. Pinta hasta sensato
aún (o sobre todo) sabiendo que leen como casi seguro el relevo del oficialismo
a manos de Juntos por el Cambio o (second best) del diputado Javier Milei. La
rústica coreografía del hotel Llao Llao sobreactuó sin rubores dichas
preferencias.
Pero la
¿burguesía nacional? no brilla por su astucia, por su sensatez y por sus
reflejos democráticos. Tal vez le importe más derrumbar al Gobierno, saciar el
afán de ganancias inmediato, someterse a atavismos antisociales, insolidarios.
El oficialismo,
corrido por la cotización del dólar paralelo, por la inflación galopante y por
sus conflictos puertas adentro, necesita reordenarse en gestión para llegar con
chances a las elecciones. Nada es imposible todavía pero la cuenta regresiva se
acelera.
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