Octubre
24
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Los científicos
no lo tomaban en serio. Antonie van Leeuwenhoek no hablaba latín, ni tenía
estudios, y sus descubrimientos eran frutos de la casualidad.
Antonie empezó
ensayando combinaciones de lupas, para ver mejor la trama de los tejidos que
vendía, y de lupa en lupa inventó un microscopio de quinientos lentes capaz de
ver, en una gota de agua, una multitud de bichitos que corrían a toda
velocidad.
Este mercader de telas descubrió, entre otras trivialidades, los glóbulos rojos, las bacterias, los espermatozoides, las levaduras, el ciclo vital de las hormigas, la vida sexual de las pulgas y la anatomía de los aguijones de las abejas.
En la misma ciudad, en Delft, habían nacido, en el mismo mes del año 1632, Antonie y Vermeer, el artista pintor. Y en la misma ciudad se dedicaron a ver lo invisible. Vermeer perseguía la luz que en las sombras se escondía, y Antonie espiaba los secretos de nuestros más diminutos parientes en el reino de este mundo.